lunes, 21 de diciembre de 2009
Es una condición inherente al ser humano la necesidad de nombrar a las cosas, sean objetos, personas y hasta relaciones.Yo no soy la excepción a la regla. Es más, siempre le di demasiada importancia a las palabras. Sobre todo con lo que respecta al amor.
De hecho, la palabra pareja, por ejemplo, siempre me dio un vértigo asfixiante: par-reja, la prisión de la simetría. La palabra esposa - no hay que pensar demasiado- me repite también a la cárcel. Y la palabra esposo (es-pozo) me da una imagen de profunda oscuridad. Ni hablamos de lo que me produce la palabra casados (cazados).
La palabra novio, en cambio, siempre me había gustado. La veía como una palabra llena de frescura, que la v corta del medio suavizaba, llenándola de musicalidad. Hasta un día, mi ex novio dejó ser el hombre maravilloso que yo había pensado cuando lo conocí. Entonces, no me quedó otra que descubrir el sentido oculto de la palabra novio. No-vio. Y es por eso la gente siempre dice que el amor es ciego.
Sin embargo, no tengo objeción contra la palabra ex. Es acertada y simple, aunque muchas veces dolorosa. Establece la distancia justa y necesaria entre el tiempo presente y el tiempo pasado.
Ex que divide las aguas y marca el territorio.
Ex de afuera.
Lejos de mí
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